Aprovecho la desgraciada noticia de la muerte de David
Delfín para expresar mi personal opinión sobre la celebración del Orgullo, los
comentarios que ha suscitado en las redes refuerzan más aún mis ideas.
Creo que uno de los errores más grandes que cometemos,
seguramente herencia de las lecturas enfermizas de algunos miembros de todas
las religiones, es el interés por los sentimientos de los demás y juzgar si son
aceptables o no. Nos convertimos en jueces y verdugos de los pensamientos más
profundos de los otros como si tuviéramos algún derecho, es más, lo
justificamos, buscamos soluciones, incluso sabemos que medicación o terapia
puede redirigirlos al “camino correcto”.
A mí nunca me ha interesado la vida sexual de los demás, no
para asignarle un valor o decidir si merece mi amistad, posiblemente sea porque
me tocó vivir una época de cambio radical en España, con una pandilla de amigos
absolutamente ecléctica, donde se hablaba de todo, se cuestionaba todo, se
aceptaba a todos. Claro, eran los ’80, estábamos en el Madrid de la Movida, nos
educábamos con la Bola de Cristal y nos ayudábamos unos a otros/as a quitarnos
los miedos del periodo gris anterior.
En nuestra pandilla, 15 o 20 adolescentes, nos saludábamos con
un beso en los labios, la influencia hippy estaba en el aire, era un periodo
lleno de alternativas que llegaban todas juntas, hablábamos de sexo, de drogas,
de libros, música, cine y sobre todo conversábamos, masticando cada tema sin
miedo.
Comparo con lo que veo y leo ahora, los comentarios dañinos
y crueles tras la muerte de Bimba Bosé y David Delfín por ejemplo y me preocupa
el retroceso, el extremismo violento y salvaje que nos rodea, hablamos de
democracia, libertad, mientras permitimos que se cree un código ético de
comportamiento pacato y restrictivo a nuestro alrededor.
Aumentan las muertes por violencia de género, los ataques a
homosexuales, el acoso escolar y de rebote los suicidios, pero nadie parece
darse cuenta de que todo esto es consecuencia de los errores en la educación,
tanto en casa como en colegios e institutos, de tolerar que nos metan miedo, de
bajar el nivel con mucho futbol, mucha basura televisiva. Como consecuencia,
somos capaces de tolerar el espolio económico del que somos objeto, sin casi
protestar y sin embargo ante dos hombres, dos mujeres besándose o incluso una
madre dando de mamar a su hijo surge una violencia verbal y física terrible.
No debería ser necesario un Día del Orgullo Gay, pero dadas
las circunstancias, posiblemente sea la manifestación más efectiva por las
libertades en la que debamos participar, para que no tenga que existir, para que
qué, cómo y a quien debo querer no tenga interés para nadie más que los
implicados, para aprender a defender y exigir nuestros derechos y sobre todo
para sentir algo que parece que hemos perdido, orgullo de ser nosotros mismos.
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